El inspector tropezó consigo mismo en el umbral del sueño y se dijo adiós, vete al infierno. (...)
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(...) Rosita entró en el sombrio zaguán de la Casa silbando por oirse silbar, todavía con pelusilla de plumón en los dedos, los calcetines bailando en sus tobillos y la Moreneta en la cadera.