diumenge, 20 de desembre del 2009

Miguel de Unamuno. Sant Manuel Bo, Màrtir (1930)


Si l'esperança que tenim posada en Crist no va més enllà d'aquesta vida, som els qui fem més llàstima de tots els homes.
Sant Pau: 1a Corints, 15, 19



Ara que el bisbe de la diocesi de Renada, a la qual pertany aquesta la meva estimada aldea de Valverde de Lucena, està, segons es diu, promovent el procés per a la beatificació del nostre don Manuel, o, millor, Sant Manuel Bo, que va ser pàrroc en aquesta, vull deixar aquí consignat,
a tall de confessió i només Deu sap, que no jo, amb quin destí, tot el que sé i recordo d'aquell varó matriarcal que va omplir tota la més endinsada vida de la meva ànima, que va ser el meu vertader pare espiritual, el pare del meu esperit, del meu, el d'Àngela Carballino.


[...]


Y ahora, antes de cerrar este epílogo, quiero recordarte, lector paciente, el versillo noveno de la Epístola del olvidado apóstol San Judas -¡lo que hace un nombre!-, donde se nos dice cómo mi celestial patrono, san Miguel Arcángel -Miguel quiere decir «¿Quién como Dios?», y arcángel, archimensajero-, disputó con el diablo -diablo quiere decir acusador, fiscal- por el cuerpo de Moisés y no toleró que se lo llevase en juicio de maldición, sino que le dijo al diablo: «El Señor te reprenda». Y el que quiera entender que entienda. Quiero también, ya que Ángela Carballino mezcló a su relato sus propios sentimientos, ni sé que otra cosa quepa, comentar yo aquí lo que ella dejó dicho de que si Don Manuel y su discípulo Lázaro hubiesen confesado al pueblo su estado de creencia, este, el pueblo, no les habría entendido. Ni les habría creído, añado yo. Habrían creído a sus obras y no a sus palabras, porque las palabras no sirven para apoyar las obras, sino que las obras se bastan. Y para un pueblo como el de Valverde de Lucerna no hay más confesión que la conducta. Ni sabe el pueblo qué cosa es fe, ni acaso le importa mucho. Bien sé que en lo que se cuenta en este relato, si se quiere novelesco -y la novela es la más íntima historia, la más verdadera, por lo que no me explico que haya quien se indigne de que se llame novela al Evangelio, lo que es elevarle, en realidad, sobre un cronicón cualquiera-, bien sé que en lo que se cuenta en este relato no pasa nada; mas espero que sea porque en ello todo se queda, como se quedan los lagos y las montañas y las santas almas sencillas asentadas más allá de la fe y de la desesperación, que en ellos, en los lagos y las montañas, fuera de la historia, en divina novela, se cobijaron.